viernes, 25 de julio de 2014

Sueños de divinidad


Existen sueños de esos
que aparecen como nubes
oscilaciones de latidos antiguos
en tu memoria,
prensados con celofán
alrededor de tu corazón
y el mío,
y habías olvidado.

Ahora vuelven a la superficie
de tu conciencia
asoman la cabeza
en el teatro del día a día,

de nuevo,

cuando ya ni tan siquiera
los recordabas.

Vienen en forma de fantasma
- o de pesadilla -
se asemejan a ráfagas
a disparos de metralleta,
te sientes, de nuevo,
como entonces, como antes
como tantas veces,
acribillada
por los oleajes
de este montaje
llamado patriarcado

otro -ado
a la estructura social
que sostiene
en nuestra mente
cual tela de araña
nuestras relaciones
nuestros anhelos más profundos
aquello que ni tan siquiera recordábamos

haber imaginado.

Cuanto parecía que se acababan
las ilusiones más guardadas,
antiguas, enterradas
bajo capas de seguridad burguesa
o comodidad,
nuestras ideas más locas
imposibles, infantiles, románticas
todas esas que no nos atrevemos
ni a nombrar
aparecen ahora juntas
en tropel
cabalgando a lomos
de este caballo blanco
que nos galopa
cuando llevas las gafas
también
de la luna esta vez
en tu mirada
de nuevo inocente como de niña
 curadas ya las heridas
porque por fin,

comprendimos

que ya no queda otra guerra que librar
mas que la de la justicia
Divina.

jueves, 26 de junio de 2014

Aprendiendo a llevarlo

“Un ímpetu, una avidez. Vivir es anhelar y bajo el anhelar la avidez, el apetito desde lo más adentro, el hambre originaria. Hambre de todo, hambre indiferenciada. Quizá haya minúsculos animales, quizá los haya habido que nacen, devorando el cuerpo de la madre que los alberga, por devorar la propia envoltura. Ahora la envoltura es conciencia, algo incorpóreo, invisible, donde todo lo que llega se refleja y aparece así como a distancia, rodeándonos. ¿Cómo será el mundo mirado desde más adentro de la conciencia? Pero desde allí no se mira…Para mirar hay que dejarse algo invisible adentro, encerrado y salir hasta la superficie hasta donde es imposible avanzar más; es el primer ímpetu del mirar; después se aprende a retroceder, para poder ver mejor. Se descubre la distancia inexorable que nos ha de separar siempre de todo; hasta de nosotros mismos, Pues ese punto donde nos quedamos - hambrientos de ver - es un centro intermedio entre dos realidades, la propia y la total. Es irreal por tanto, punto matemático que señala un abismo y lo ahonda. Pues a fuerza de mirar todo se vuelve más y más distante, y eso que se alienta dentro, que querría salir a ser visto, y a respirar también, va hundiéndose, retrocediendo a esa tiniebla, más allá quizá de donde estaba cuando no había mirado nunca. La mirada empuja hacia atrás a algo que querría manifestarse, pero el mirar le hace retroceder primero. Al mirar prescindimos de lo más hondo de nosotros mismos, de ese alguien innominado; la víctima, el sacrificado a la luz.
¿Nacer es un sacrificio a luz? Y por eso Edipo se arrancó los ojos por haber vuelto al lugar de nacimiento, en vez de seguir naciendo, acpetando el sacrificio de sentirse cada vez más hundido entre las tinieblas, a medida que se ve más y con mayor claridad.
Y cada vez que se nace o renace, y aún en el ir naciendo de cada día hay que aceptar esa herida en el ser, esa escisión entre el que mira que puede identificarse con lo mirado - y así lo anhela - y el otro; el que siente a oscuras y en silencio, entre la noche del sentido donde ningún sentido lleva ningún mensaje. Y hay que aprender a soportarlo.”

María Zambrano, Delirio y destino

viernes, 6 de junio de 2014

LENGUAJES NO HUMANOS

Se dice que un niño habla cuando silabea, cuando marca las sílabas. Del pájaro no se dice que hable, porque se expresa silbando. También tienen silbo el aire, y la sierpe. Y hay pájaros, como el mirlo, que silban donde quiera que estén en la oscuridad creciente del crepúsculo, en la medianoche. Y hasta existe el mimetismo del gato que maúlla como pájaro de algún árbol vecino, y ellos, los pájaros, afinan el canto y lo modulan como un maullido. Y el que sucedan estos silbidos a una cierta luz y hora de una determinada estación revela el origen cósmico, y no exclusivamente humano, como humano privilegio, de la conversación. Según algunas tradiciones, hubo un lenguaje de los pájaros, y que el uso de los zarcillos no obedece, en su origen, a un afán de adorno sino como manifestación de que se está iniciado en el lenguaje de los pájaros, y así la apertura en el lóbulo de la oreja, y su mantenimiento, del clásico agujerito que con toda saña en Europa se le ha venido abriendo, implacablemente, a las niñas, aún en las clases tan míseras que, en lugar de un pendiente, tenían que ponerles unos hilillos.

La reaparición en los actuales tiempos del pendiente entre algunos grupos de jóvenes es muestra de una cierta iniciación en algo y la manifestación de un lenguaje secreto. Signo éste equivalente a cualquier otro signo, salvo en la perforación de la oreja, real o supuesta, de un secreto, de una separación, de una rebelión contra ciertas formas sociales o, bien pudiera ser, de toda humana sociedad, de una contracultura; tampoco es posible saber si de esta cultura tan sólo o de toda humana cultura.

En el silbar discontinuo aparece el esbozo de la sílaba que para ser tal necesita que se abra un vacío, por infinitesimal que sea, en medio de la continuidad del sonido, análogamente al vacío que se produce entre una y otra neurona. La inteligencia humana, de la cual el signo más alto es la palabra, tiene en su interior, aunque sea monosilábica, un vacío, aunque sea un vacío infinitesimal. Vacío salvador de la homogeneidad de la continuidad, respiro, suspiro, poesía ya.

María Zambrano, De la Aurora, compilado en los años 80

jueves, 30 de enero de 2014

PALABRA PROFECIA VISION



Cuando el amor vence al miedo, la vida (o la muerte) emerge tal cual es: bella, ardiente, radiante, tormentosa, justa,  poderosa, benévola, amorosa, imprevisible, incontrolable, llena de posibilidades y elecciones.

Sólo puedo escribir  en primera persona, desde mi experiencia con lo divino en mi vida, lo sacro que ha habitado en mis 46 años de existencia en esta vida, y la vacuidad que he sentido en muchos períodos de la misma cuando creía que lo sagrado se había convertido en profano, sin ni siquiera darme cuenta de que todo es sagrado.

Pues en ese darme cuenta de que buscaba algo afuera que estaba en mi interior,  se inició el mirar adentro y una nueva senda sedienta de la belleza de la vida, del sentido de haber nacido a finales del siglo XX y madurar a principios del XXI, con un recuerdo de mi antigüedad que a momentos florecía en mí pero que cuando intentaba aprehenderlo, se escapaba de entre mis dedos o pensamientos como un pez.

Pues hasta los 33 años vivía de espaldas, inconsciente de mi verdadero sentir, del latido emocional de mi corazón, del agua que se movía en mi interior en arrebatos de pasión sin vivir, en enfados sin comprender, en lágrimas por llorar, en las emociones de mis tres hijos que no sabía  acoger ni sostener.

No sabía
que estar viva no era eso:
entrar dentro de un sueño
creyéndote protagonista:
borrar las huellas del pasado
moverte dentro de una burbuja.

Volvíamos a vernos:
dentro de tus ojos,
recordándote,
buscaba perlas de oro
bajo las fauces de tu mirada
sabiendo que sólo eras eso
un sueño
queriendo seguir dormida
para, así,
saber cuándo despierto
en tus abrazos

Sin embargo, algo en mí, quizás una visión, o una profecía, o mil palabras leídas y escuchadas en vidas de Santas y Santos, que me habían atraído irremediablemente a lo largo de mi infancia, adolescencia y primera adultez, sabía que esos arrebatos que veía en mis hijos y que mi yo no me permitía sentir eran lo más auténtico de  todo lo que había experimentando o vivido en ese momento: ganar dinero en una empresa, cumplir con los deseos de mi marido entonces, con los de  mi familia, incluídos mis tres hijos, pequeños en esos tiempos..aunque no lo comprendiese a través del medio que creía dominar y que me otorgaba la identidad que el mundo me reflejaba: mujer fuerte, ganadora, triunfadora, que sabe lo que quiere, que puede con todo.

Sin embargo, pronto descubrí que no sabía amar, ni tan siquiera a mis propios hijos.

Ni a mí misma.

Me olvidé
que el sufrimiento
era pelearme
con lo que es
dejar de aceptarte
realidad
mirar hacia otro lado.

Me olvidé
que yo era yo
antes del principio de todo
sin forma, nombre o color,
sin cuerpo
sin yo.

Me olvidé
y en ese olvido
ahora recuerdo.

Mi vida estaba repleta de prohibiciones:  la voz de lo que “no debería ser”, la voz de la conciencia de Pepito Grillo, engordada por esas voces autoritarias de padre/madre/profesores a quien otorgué autoridad por encima de mi propia voz interior, de mi propia divinidad interna.

La voz de esos dioses afuera, a quien adoramos en nuestra infancia para sobrevivir, para que nos quieran, para sentirnos amados, me impedían amarme a mí, a la vida y, por tanto, amar a los demás.

Ignoro quién, cómo y por qué se me insufló el aire para reconocer que estaba viviendo al revés. Simplemente me vino la certeza al contemplar la idea del suicidio, pues para mí la vida, vivida de esa manera,  no tenía sentido. En esos tiempos, varios libros y autores me acompañaban: La campana de cristal, de Sylvia Plath, la Metamorfosis, de Kafka, la poesía de Anne Sexton y La Pasión según GH, de Clarice Lispector....Era la época en que comenzaba a escribir, cuentos y poemas, y en mí se escribió este poema:

La Abuela Raquel

Abuela Raquel, dime
¿qué ballenas has encontrado en tu camino?
¿con cuántos caminantes te has cruzado?
¿qué preciosos mundos has visitado?
¿cuántos años acumulas en tu gastada mochila?

Dime, Abuela Raquel,
¿cómo se aprende a vivir sin miedo,
como tú?
¿cómo se aprende a vivir sin luz,
como tú?
¿cómo se aprende a vivir al revés,
como tú?

Abuela Raquel, dime
¿cuánto tiempo has tardado
en comprender
el sentido de tu largo viaje?

Era una escritura que nacía, desde el inconsciente, o sea, sin saber que en mi interior habitaba todo un mundo por descubrir. Había recorrido, en la primera parte de mi vida, el camino del héroe (como se denomina al primer septenario de las cartas del tarot de Marsella), siguiendo el dictamen de lo que los demás querían de mí, pues ellos y ellas eran mis dioses, y los éxitos conseguidos habían sido considerables, según los cánones del éxito social: buena escolaridad, título universitario, máster de empresa, carrera deportiva con laureles, boda “apropiada”, tres hijos bellos y sanos....

Todo emprendido para hacer felices a los demás, especialmente a mis padres, y más en concreto a mi madre. Pues ella, en su vacío de amor por la vida, en su vacío de mí, amaba por encima de todo las formas de sus hijos.

Y sólo me sentí amada de verdad por ella cuando me casé con quien ella quería, por mandato de mi abuela María en su lecho de muerte.

Sólo deseaba amarte,
                      madre
         y no te dejaste:
esa fue mi herida de muerte.


En aquellos tiempos, lo “tenía” todo, todo lo que aparentemente puede hacer feliz a una persona en ese mundo de finales del siglo XX....desde lo social.

Me enamoré
otra vez
de esa estrella
de esa luz en tus ojos
reflejo de nuestra alma
partida y unida
en dos cuerpos
y me encontré
de nuevo
con ese mar de lágrimas
de tu coraza
que era la mía.

Sin embargo, me moría por dentro, pues comenzaba el camino de la destrucción de las falsas identidades que me hacían ser para el otro sin saber que yo no era sólo eso.

Camino de toda una vida, por supuesto, sigo en ello, hasta después incluso de la muerte del cuerpo.

Y comencé a vivir “al revés”. Al revés de “lo social”. Como una adolescente, rebelándome contra todo, eso sí, con la responsabilidad del cuidado de tres hijos pequeños. Descubrí que sólo ellos me podían mostrar el camino hacia el verdadero amor, pues ellos estaban limpios, venían sin apenas cargas.

Estaba herida de muerte. Como mi madre. Como mi abuela. Como mi bisabuela. Como mi tatarabuela, que quizás se llamaba Raquel.

Ocurre que cuando ya no deseas
dejas que acaezca
lo innombrable.

El misterio se despliega
entonces,
en una forma nueva,
inimaginada
con sorpresa
que colma el más recóndito
de tus deseos.

Esa sed de Dios
cuya señal
cual síntoma
tomabas por realidad.

Ocurre.
Acaece cuando dejas ser a Dios
en ti,
al apartarte,
al dejar ir,
al expirar
los pensamientos densos
atrapados en la red
de lo conocido.

Y comenzó a fluir la escritura, en forma de narraciones cortas y poemas. Primero instigada para una psicóloga que entonces me animaba a escribir y me “aprobaba” los esfuerzos, luego como una necesidad recurrente, imperiosa, que sigue viva en mí, y que va acaeciendo cuando se hace un alto en el camino de la acción, observo la belleza de la vida, y la anoto.

Anoto lo que siento.

Atardece:
ha caído agua
lluvia en mis ojos
que se funde contigo
tierra,
madre.

Limito la infinita belleza de la vida en palabras que sólo apuntan la silueta de la realidad.

Palabras que manifiestan el sentir que se hace en mí.

Quedé tocada de muerte
cuando te fuiste, madre
sin despedirte,
abierta a todo
abandonada al amor
que me diste
al abrir tu cuerpo
y dejarme salir,
como otorga la tierra
cuando te enamoras
de la vida
de ella y de todo
de estallar el yo
en mil pedazos

tan sólo siendo,
sintiendo.

¿Qué otra cosa más verdadera en esta corta vida que vivir en el sentir?

Descubrir que los pensamientos me distraían de las emociones y sentimientos fue un gran paso en el viaje para acercarme a la realidad de la poesía y del corazón. Para permitirme descubrir la vulnerabilidad que habitaba en mí y que mi aferramiento a viejas identidades apartaba con deberes, obligaciones y más forzarme a hacer lo que en realidad no quería hacer.

Pues, en definitiva, lo que había comenzado en mí era el proceso de desprendimiento de toda identidad falsa. Por eso mi yo pedía morir, pues estaba a punto de ser engullida por el inconsciente. Y era imparable.

Aprendí a aceptar los momentos de no entender sin necesidad de vaciarme en la búsqueda de la comprensión.. Aprendí a navegar y aceptar que la confusión de la razón es la puerta que franquea el verdadero sentir, y una fuerza desconocida me hizo abandonar poco a poco la búsqueda  obsesiva de la comprensión racional, regalándome la inmersión en el mundo de las percepciones corporales. Fue una inmersión en las aguas del mar.

Sigo viva, aquí, escribiendo estos “deberes” que me fuerzan a manifestar lo inmanifestable, eso que difícilmente se explica con palabras, pues  cualquier definición de lo innombrable, de Dios, de amor, será siempre eso, un intento limitado de expresar lo inexpresable.

Me penetra la fuerza
de tu mirada
de nuestra energía
juntos
y vuelvo a convertirme
en abismo:
somos uno.

Un intento ilimitadamente valioso, ahora lo sé, y me siento agradecida por por fin ya saberlo.

Antes no lo sabía, y por eso no me forzaba. Por eso devaluaba las palabras que fluían en mí como quien devalúa una moneda.

Pues, por fin, al llegar el verano del 2011, se abrió una nueva comprensión en mí.

Ignoraba
que te  buscaba
hasta que te vi:
no eras tú
sino un reflejo
de mí.

He comprendido que soy un reflejo de todo lo que es, y que habito un cuerpo. Un cuerpo que percibe a través de los sentidos, que siente emociones y sentimientos, que ríe, que salta, que pasa frío, calor, hambre y sed, abierto a todo. Un cuerpo que tiene voz para decir GRACIAS, para agradecer.

Un cuerpo sagrado, habitado por Dios. Con posibilidad de mostrarse, compartirse, o esconderse.

Un cuerpo que hace el amor con todo cuando me aparto del pensar sin corazón.

A veces,
presiento que voy a explotar
así,
caminando por la calle
o leyendo un libro
siento que algo misterioso
se ha apoderado de mí
y me invita a estallarme
cual bomba de fuego
olvidada de toda idea,
para que sienta.

Entonces, vuelvo a mi yo
y recuerdo que cuando dejábamos
que nuestros cuerpos se amasen
libres de pensamientos
me sentía feliz
de ya no ser un yo
sino un nos
un yo/tú
a ratos un tres
a estallidos UNO
con todo,
tierra bendita
amamantada de luz
amor, generosidad,
luminosidad sin fin,
como siempre ha sido
y siempre será,
nos acordemos de ello
o sigamos olvidándonos
con la soberbia de querer seguir
haciendo de dioses
sin vaciarnos de yoes.

Un cuerpo sagrado, que me permite disfrutar del gozo de estar viva, y agradecer esta bendita oportunidad que es la vida.

Eso, para mí, es Dios. Estar encarnada y viva. Respirar. Sentirse acompañada por la presencia de una infinita benevolencia.

Soy un ángel
a veces, demonio,
pues no estoy
para complacer tus caprichos
ni darte seguridades de nada
la vida no es eso
y yo no soy
tu caramelo.

Soy un faro
que te ilumina los ojos
cuanto te ves reflejada
para así sentir, de nuevo,
tu corazón ardiendo
a fuego vivo,
como el mío
como cuando eras niña

y así saborear,
a cortos y eternos instantes

que somos UNA.

Ser mujer, por fin, con capacidad de ser dos, tres , todo.

Pues ya no se me olvida el agradecimiento de estar viva, de tener la oportunidad de seguir aprendiendo, amando, fusionándome con quien está abierto o abierta a sentir, a amar, a compartir, a descubrir.

Todo lo demás es pasado.

Lo único que queda es lo que hay en este momento, en continuo movimiento, como el mar y la naturaleza, es este teclear estas palabras para llenar las páginas de un mandato al que me he comprometido a servir, y así lo hago. Palabras con una forma concreta, que tengan un sentido pleno para ser evaluadas por un otro que ejercerá de Dios en esa evaluación.

Evaluación que ya no tiene sentido para mí, pues toda evaluación es inexacta y expresa un juicio, el poner en marcha un juez interior que dice: me gusta o no me gusta, a través de una nota en este mundo....A la vez, necesaria e  inevitablemente en forma humana.

Pues tenía la idea de que sólo escribo para hacer sentir al otro, para que el otro, cuando haga suyas las palabras que se escriben en mí,  tenga la oportunidad de dejarse transformar por ellas. No para ser evaluada o juzgada por ellas. Me volvía a engañar, claro está...el mundo de las ideas, tan limitado...

Escribo
porque algo en mi interior
desea compartirse
salir hacia afuera.

Escribo
para dar a conocer
el sabor de mi voz
mutante
riente
radiante
de luces y sombras,
espejo de tu corazón.

Escribo
para mecerte en mis brazos
un rato
y así proseguir volando en el cielo
de tu delicada alma,
reconociéndonos como iguales.

Quizás escribo para que me alaben, me ponga nota. Para que me amen.

O, simplemente, porque estoy viva, y todavía queda aliento que alentar, que compartir.

La evaluación......ese juez que detiene el proceso de sentir lo verdadero.

Amanece
un nuevo día:
la belleza de tus dones
estremece mi piel
como la caricia del viento
cuando estoy atenta y los siento.

Agradecimiento:
de nuevo entera,
cual árbol.


Amanece
la luna
después de apartarse
de nuestra vista
para bendecir el sol,
mece mi regazo
respira mis recovecos
alienta
y alimenta
lo sagrado.

Sólo el juez, el juicio, las etiquetas, nos apartan de lo real, de lo sagrado, de la divinidad que habita en todo lo que existe.

El amor no juzga.
La vida, tampoco.
Sólo los humanos
             juzgamos.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

De Regresos y Regresiones hogareñas




Hoy quiero contarles que, de nuevo, he vuelto a casa, sin saber que me había alejado de ella en los últimos meses. Tan acostumbrada, desde niña e incluso de bebé, a la lejanía de lo real, que ni me di cuenta, o al menos del todo, que volvía a internarme por los laberintos de la pérdida…para regresar más madura, más mujer, un poco más cerca, quizás, de la verdad en eterno cambio.
No me di cuenta pues estaba, como siempre, dejándome llevar por la avalancha de emociones y autocompasiones de turno. Volver a vivir en el hogar de la infancia, con las paredes reteniendo los recuerdos de la familia, que entonces se hallaba unida, o desunida, por los misterios de la vida, me arrastró a la pobrecita de mí de entonces con la que he crecido y convivido tantos años….hasta que probé el sabor de la verdad, y comencé a dejar de jugar al juego del escondite, a acumular momentos de alimento verdadero, de realidades nutrientes, y reconocí el camino, ciegamente, sin realmente saber.
El sabor de la verdad no se puede describir en palabras. Simplemente, sabes que es auténtico, como algunas de esas personas, pocas, que has encontrado por el sendero de esta vida. Esas personas que viste desaparecer de tu mundo ya de pequeña, y que sin embargo dejaron su sabor, una mirada, un fundirse con lo simple, con lo esencial en uno, el corazón, que vuelves a encontrar con otra forma, otro nombre, para quedarse o para irse, como la vida misma. Esas personas que  aman la verdad, el vivir sin esconderse, sin jugar al escondite para que no te vean y te pillen, por miedo, vergüenza, o sensación de impostura, que te hacen de guía en el arte de vivir, ese arte que se va adquiriendo poco a poco, como la excelencia en cualquier oficio…o como en el deporte, a base de práctica con inteligencia, con observación, con paciencia, con amor, con entrega.
Fui este tipo de deportista, practicaba intentando explorar cuál era la manera de mejorar mis golpes, de perfeccionar la técnica, para ser mejor que los demás y convertirme en alguien. Fui Alguien, lo conseguí, de joven, eso que estaba tan de moda entonces, hace casi 30 años, y que ahora no sólo está de moda, sino se considera un ejemplo a seguir, y sientan cátedra: ser Campeona.
El trabajo bien hecho, me decían, fácil para una mujer, claro, también me decían, desde la envidia, mucha gente…y sin embargo, había resultado fácil. Siempre tuve especial talento para coordinar los movimientos deportivos, con raqueta o pelota, y crecí entre hermanos competitivos en esta casa que me alberga ahora, los veranos, sin dejar de moverme para ganar más y más, ser mejor que el otro, demostrarme a mí misma que podía más que el de al lado, que los y las demás. La escuela, la televisión, el entorno, fomentaban eso, la competitividad, el que demostrases que eres mejor que el de al lado, la comparación, el esfuerzo sin tener en cuenta las necesidades del cuerpo, explotándolo hasta llevarlo más al límite que cualquiera.
En eso era muy buena yo, en ir más allá de los límites del cuerpo…como quien lo trae de otro planeta, mi entrega a la actividad física era mayor que cualquier rival que se me pusiese por delante: por eso ganaba. Sin embargo, ahora, tres decenios más tarde, eso que era innato en mí o en mi alma, me ha venido dando unos cuantos problemas…hasta que, repito, probé tu sabor, el sabor del amor, de la verdad, del comienzo del fin…de mis autoengaños.
Iniciaba con el hecho de que he vuelto a casa sin saber que me había alejado de ella. ¿Cómo se reconoce ese retorno al hogar interior, a casa? Simplemente, por los momentos de paz, por la sentirme agradecida, de nuevo, por el hecho de estar viva…sabiendo, además, que salir del hogar es algo natural, incluso necesario.
Y  también porque amo más mi cuerpo, cuido mejor este templo que tantas y tantas veces profano sin el debido respeto, y puedo compartirlo, entrar en esa dimensión que me conecta con mis ancestros, que reconocí en el primer contacto con el abuelo tabaco, con las plantas sagradas, contigo, madre, que nos dejaste hace ya casi 7 años, con la abuela que nunca conocí, con ese ser que siempre fui, que nunca cambia, que es universal, gracias Angela, que está ahí, debajo de la superficie, en el centro de la tierra y en medio de la telaraña de la vida, y que ya casi ni me da miedo abandonar para irme de nuevo por las ramas, como los monos, y traer mis pérdidas, de nuevo, al hogar.
Gracias, Amor, estás siempre a mi lado, y a veces, al extraviarme, sin verte ni agradecerte, sólo bebo de ti, te utilizo para saciarme, lamerme las heridas del ombligo, me extravío, a ratos, para volver a ti, a casa, a mi hogar, hasta la próxima….estación de vida.

domingo, 25 de agosto de 2013

Plantear la pregunta justa


Cuando el despertar de una persona vacila, suele preguntarme: “¿Cómo me mantengo en el estado de despertar?”. Eso es plantear la pregunta equivocada. En la espiritualidad es importante que formulemos las preguntas correctas. Preguntarse cómo permanecer en el estado del despertar es totalmente razonable, pero la pregunta misma surge del estado del sueño. El Espíritu nunca se pregunta a sí mismo: “¿Cómo permanezco dentro de mí mismo?”. Eso sería ridículo. Simplemente no tiene sentido. Lo que sí tiene sentido es preguntarse cómo te “desiluminas” a ti mismo. ¿A qué sigues apegándote? ¿qué sigue resultándote confuso? ¿Qué situaciones de tu vida pueden hacerte creer que las cosas no son verdad y pueden hacerte entrar en la contradicción, en el sufrimiento, en la separación? ¿Qué es lo que tiene el poder de seducir la conciencia para que vuelva al campo gravitatorio del estado onírico? No deberíamos preguntar:”¿Cómo me mantengo despierto?”, sino, más bien, “¿Cómo estoy desiluminándome?¿De qué manera específica estoy volviendo a la ilusión?.
        No existe una única respuesta a esta pregunta, y no existe una sola razón. La gente no tiene una única manera de hacerlo. Vuelve a ser atraída por el campo gravitatorio del estado de sueño por múltiples razones: suposiciones inconscientes y creencias que aún siguen operando, conflictos inconscientes que han logrado sobrevivir a la naturaleza explosiva del despertar y se han reconstituido y diversos tipos de condicionamiento.
        Aquí el proceso consiste en mantener la relación correcta contigo mismo y examinar profundamente qué te hace volver al trance de la separación. Tienes que empezar a señalar las maneras concretas, los pensamientos concretos, las creencias concretas que te hacen volver a dormir.
        Esta fase del despliegue que sigue al despertar no tiene tanto que ver con prácticas espirituales raras y singulares. Buena parte del condicionamiento que sale a la superfice en nuestro ser surge en la cotidianidad de la existencia. Nos relacionamos con situaciones y personas, interactuamos con amantes, amigos, niños y todo lo demás. En este tejido descarnado de la vida es donde se nos pone a prueba. Has de estar dispuesto a que la vida impacte en ti; permitirte ver cuándo esto ocurre; comprobar si entras en algún tipo de separación al respecto, si tiendes a juzgar o a culpar, si piensas que “deberías” o “no deberías”, si empiezas a señalar con el dedo a alguien que no eres tú mismo.
        Se trata de afrontar el hecho de que la única persona que puede hacernos sufrir, que puede hacernos percibir erróneamente la ilusión de la separación, que tiene todo ese poder, somos nosotros mismos. Nada en el entorno que nos rodea nos hace perder el estado del despertar. Ningún conocido, ninguna situación con la que lidiemos tiene el poder de hacernos salir del despertar.
        Esta comprensión es una de las más importantes que podemos tener. Todo el trabajo es interno. Todo es algo que nos hacemos a nosotros mismos: equivocadamente, sin saber, y a veces inconscientemente.


Adyashanti, El final de tu Mundo

martes, 13 de agosto de 2013

Ignorancia & Iluminación



“Has de recordar esto: la ignorancia no tiene principio y sí, en cambio, fin. No puedes determinar dónde empieza tu ignorancia; siempre estás en ella, siempre estás sumido en ella. No conoces el principio porque, en realidad, no hay principio.
La ignorancia carece de principio, pero tiene un final. La Iluminación, por el contrario, tiene un principio pero no final. Ignorancia e Iluminación forman un solo cuerpo, se integran en “uno”. El principio de la Iluminación y el final de la ignorancia son un solo punto. Es un punto, un punto peligroso con dos caras: una cara que mira hacia la ignorancia sin principio y la otra cara que mira al principio de la Iluminación sin fin.
Por lo tanto, te Iluminas, pero no alcanzas la Iluminación. Te sumerges en ella, te abandonas a ella, te vuelves uno con ella, pero siempre quedará una inmensidad desconocida. Y ese es su atractivo, esa es su belleza.
Si en la Iluminación se conociera todo, no habría misterio. Si lo llegaras a conocer todo, en su conjunto resultaría desagradable; no habría misterio, todo estaría muerto. De modo que la Iluminación no es “saber” en este sentido, no es un “saber” suicida: es “saber” en el sentido de que es una apertura hacia mayores misterios. “Saber” significa entonces que has conocido el misterio, que te has vuelto consciente del misterio. No es que lo hayas resuelto; no es que exista una fórmula matemática y todo sea conocido. Más bien, el conocimiento de la Iluminación significa que has llegado a un punto en el que el misterio se ha convertido en lo supremo. Sabes que éste es el misterio supremo; has sabido que es un misterio y ahora se ha convertido en algo tan misterioso que no tienes ninguna esperanza de resolverlo. Has abandonado toda esperanza.”

Osho, Meditación: el arte del éxtasis, pp 122-23,